jueves, 12 de septiembre de 2013

China: una multitud

Acabo de llegar de un viaje de tres semanas por China. Era mi primera visita y veinte días de duro turismo me han permitido hacerme una idea, probablemente subjetiva, de ese país tan sugerente y tan contradictorio. He pateado bastantes ciudades y me he deleitado con maravillosos paisajes; hablé con algunas de sus gentes -los guías que nos han atendido-, comí en muchos restaurantes llenos de chinos, viajé en metro, en tren de noche, en barco, en avión... y visité grandes ciudades como Beijing o Shanghái y pequeños pueblos como Dazhai. En definitiva, estoy lleno de imágenes, sensaciones y anécdotas que quiero compartir con todos mis amigos. Espero no aburriros.

Sabemos que China tiene entre 1.200 y 1.300 millones de habitantes, casi la cuarta parte de la población mundial. Sabemos que son muchos y que están por todas partes, desde luego en el barrio en el que vivo y por todo Madrid.  Pero hay que estar allí para darse cuenta de la magnitud.

Si mi información no es mala, existen en China ochenta y nueve ciudades con población superior al millón de habitantes. Llegábamos a una ciudad, para nosotros desconocida -como, por ejemplo, Hangzhou- y tenía más de ocho millones de habitantes. Pero donde se nota la densidad de población es en los lugares públicos. Es espectacular entrar o salir del metro, ya sea en Shanghái o en Beijing. Los trenes son interminables y van siempre llenos (en hora punta mucho más) y en las estaciones importantes, por ejemplo aquellas en las que se hace un cambio de línea, son muchos miles las personas que se mueven por interminables pasillos. El que estos pasillos de conexión entre líneas sean interminables tiene su explicación: si no fuera así, no cabria toda la gente que pasa por ellos.

Además, la sensación de multitud es mayor porque los chinos no tienen costumbre de hacer colas: se amontonan, se juntan unos a otros, tratan de colarse o van en dirección contraria. Mas de una vez me he acordado de una de mis primeras experiencias en Estados Unidos, concretamente en Nueva York: paseaba por la Quinta Avenida mirando los edificios (creo que era la primera vez que estaba allí) y tropecé ligeramente con uno que venía de frente. La bronca que me echó porque le había tocado fue monumental: había abordado su espacio de privacidad.

La privacidad no existe en China. El contacto físico es permanente. En los baños el personal hace sus necesidades con la puerta abierta, en aquellos casos en que hay puerta. Escupen en la calle. Según criterios occidentales podríamos decir que son maleducados, aunque he comprobado que son amables, simpáticos y serviciales.

Tomamos un tren supuestamente rápido de Taiyuan a Beijing. Llegamos a la estación y nos tocó esperar en la sala adecuada. Pude contar más de dos mil personas en esa sala y había tres más iguales de grandes. Cuando se inició el proceso para entrar al andén tuvimos que abrirnos paso a codazos.

Algunas de las calles por las que paseamos en Shanghái eran auténticos hormigueros donde era difícil dar un paso, y más de una visita a algún sitio turístico como pagodas o templos la hacíamos en fila de a veinte. Son realmente una multitud y eso que nos contaron que, con la política de natalidad que mantiene el gobierno, habían conseguido ser trescientos millones menos.

Continuará.

2 comentarios:

  1. Muy interesante, Emilio. Lo del metro y la sala de espera del tren me ha dado sensación de claustrofobia, ¿sentisteis algo así?
    Espero el próximo capítulo.
    Un abrazo
    Teresa

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