sábado, 11 de junio de 2011

Un viaje en tren por Marruecos

Tengo que ir a Rabat, -estoy en Tánger-, y he decidido hacerlo en tren.

Me voy a la estación con tiempo suficiente, más de una hora antes, en previsión de que pudiera haber problemas a la hora de obtener billete. La estación está practicamente vacía y mi temor es infundado.

Llega la hora de subirme al tren y sigo sorprendido porque salimos de Tánger dos personas en mi vagón donde cabrían cien. Me pregunto, ¿cómo es posible mantener un sistema de transporte, tan importante por cierto para el desarrollo de un país, sino hay viajeros?

La pregunta me la van respondiendo en las paradas que el tren va haciendo en los diferentes pueblos. El tren termina casi llenandose, poco a poco, con personas que suben con todos sus bártulos. El tren es el medio que utilizan los campesinos, y la gente de los pueblos, -donde, por cierto, hay pocos vehículos-, para desplazarse. En cambio, es poco utilizado por los habitantes de las ciudades.

Esa particularidad permite conocer, en un simple viaje y con un poco de espiritu de observación, una buena muestra de la población marroquí: jovenes en chanclas de dedo, señoras con chilaba, campesinos que meten en el tren sus aperos, caras bien curtidas por el sol. Bueno estoy hablando de lo que pude apreciar viajando en segunda, no sé si en primera el público es distinto.

Además del paisanaje, también el tren es un medio extraordinario para conocer el paisaje: campos de girasoles, huertas bien cuidadas en las fértiles llanuras de Lukus, gavillas de trigo recién cortado, el Atlántico a la derecha una buena parte del camino, la entrada a la bahía de Salé.

De pronto el tren se para en mitad de la nada. ¿qué pasa? Después de un rato de parada, en la que algunos de los vajeros se bajan a estirar las piernas, compruebo que ibamos por una vía única y que había que esperar a que pasase el tren que venía de frente. Me sentía transportado a mi adolescencia donde era frecuente estas paradas en los trenes españoles. A pesar de esas paradas llegabamos a los sitios puntualmente. Claro, las paradas estaban incluidas en el horario.

La salida de Casablanca, de vuelta a Tánger, me impresionó mucho. Se sale por uno de los barrios más pobres de la ciudad. Hay una zona de chabolas, barracas, sin urbanizar, pero eso sí, con varios miles de antenas parabólicas en los tejados. No había una sola casa, por miserable que fuera, que no tuviese su antena colgada del tejado, o de dónde se pudiera. Todos sus habitantes ven diariamente Al Jazeera y están bien informados de lo que pase en el mundo árabe pero, además, ven todas las televisiones europeas. ¿Cómo puede uno vivir en la más completa miseria y ver todos los días, eso sí sentado en el suelo, la opulencia mentirosa del mundo occidental? Eso pasa solo en las grandes ciudades, porque luego en los pueblos por los que el tren pasa a lo largo de su recorrido deja de haber antenas parabólicas. Casualmente es en las ciudades dónde se han desarrollado las revueltas árabes. ¿Tendrá algo que ver?

Pasado el feo paisaje de las parabólicas se vuelve a disfrutar de los campos, los ríos, los árboles, la gente de este precioso y hospitalario país. Si quieres conocer Marruecos y tienes la oportunidad, haz un viaje en tren, eso sí en segunda. Lo recomiendo vivamente.

Muchas gracias.




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