El pasado 13 de noviembre salí de vacaciones, como ya os anunciaba, con destino a Tailandia, Vietnam y Camboya.
El "no tranquilo" de la CUP a Mas y los juegos de salón protagonizados por los independentistas catalanes habían colmado mi paciencia en los últimos días. La boina que recubría la ciudad animaba mis deseos de salir corriendo de aquí.
Contaminación atmosférica y contaminación política me confirmaban que, sin saberlo previamente, había elegido unas fechas apropiadas para ausentarme una temporada de este "maravilloso" país.
La primera etapa del viaje fue Doha. Conocí su lujoso aeropuerto por el que deambulaba mucho burka negro y entreví, tamizada por el polvo del desierto, una ciudad de rascacielos, semejante a esas ciudades de ciencia ficción que podríamos ver en una película de Spielberg.
Después de siete horas de vuelo y un breve descanso, volví a coger otro avión que me llevaba a Bangkok. Un avión especialmente moderno, enorme - con más de 80 filas- y más cómodo de lo habitual. Otras siete horas de vuelo, que dan para mucho: ver películas que no te importa ver por enésima vez, como "El sueño eterno" de Humprey Bogart y Lauren Bacall, cine, música, lectura y algún que otro bocado a lo que nos iban trayendo. Así llegamos a Bangkok.
Otro mundo, otra cultura, otra civilización. Vuelta a la vida en la calle, al ruido, al tráfico descontrolado, a los puestos callejeros, a la gente comiendo en la acera, sentados en sillas minúsculas -apropiadas a su pequeño tamaño-, a la humanidad, a los seres vivos en movimiento.
Nada más llegar y dejar las maletas en el hotel, muy céntrico, nos dimos un paseo en el que comprobamos que habíamos abandonado Catalunya pero no la contaminación. Deambulando sin rumbo, nos encontramos con el río que atraviesa la ciudad y con un servicio de autobús-barco que lo recorre. Aprovechamos para montarnos.
Fue un paseo espectacular. El sol se fue ocultando y aparecieron las primeras luces que iluminaban el río y los edificios colindantes. El barco cruzaba de un lado a otro parando en las estaciones donde se subía y bajaba la gente. Nosotros decidimos llegar hasta el final del trayecto, donde bajamos para echar un vistazo a la ciudad. La vuelta, para cambiar, la hicimos en taxi, recorriendo el mismo camino por el interior.
Terminamos el día con una estupenda cena tailandesa, no muy picante, en un restaurante popular.
El "no tranquilo" de la CUP a Mas y los juegos de salón protagonizados por los independentistas catalanes habían colmado mi paciencia en los últimos días. La boina que recubría la ciudad animaba mis deseos de salir corriendo de aquí.
Contaminación atmosférica y contaminación política me confirmaban que, sin saberlo previamente, había elegido unas fechas apropiadas para ausentarme una temporada de este "maravilloso" país.
La primera etapa del viaje fue Doha. Conocí su lujoso aeropuerto por el que deambulaba mucho burka negro y entreví, tamizada por el polvo del desierto, una ciudad de rascacielos, semejante a esas ciudades de ciencia ficción que podríamos ver en una película de Spielberg.
Después de siete horas de vuelo y un breve descanso, volví a coger otro avión que me llevaba a Bangkok. Un avión especialmente moderno, enorme - con más de 80 filas- y más cómodo de lo habitual. Otras siete horas de vuelo, que dan para mucho: ver películas que no te importa ver por enésima vez, como "El sueño eterno" de Humprey Bogart y Lauren Bacall, cine, música, lectura y algún que otro bocado a lo que nos iban trayendo. Así llegamos a Bangkok.
Otro mundo, otra cultura, otra civilización. Vuelta a la vida en la calle, al ruido, al tráfico descontrolado, a los puestos callejeros, a la gente comiendo en la acera, sentados en sillas minúsculas -apropiadas a su pequeño tamaño-, a la humanidad, a los seres vivos en movimiento.
Nada más llegar y dejar las maletas en el hotel, muy céntrico, nos dimos un paseo en el que comprobamos que habíamos abandonado Catalunya pero no la contaminación. Deambulando sin rumbo, nos encontramos con el río que atraviesa la ciudad y con un servicio de autobús-barco que lo recorre. Aprovechamos para montarnos.
Fue un paseo espectacular. El sol se fue ocultando y aparecieron las primeras luces que iluminaban el río y los edificios colindantes. El barco cruzaba de un lado a otro parando en las estaciones donde se subía y bajaba la gente. Nosotros decidimos llegar hasta el final del trayecto, donde bajamos para echar un vistazo a la ciudad. La vuelta, para cambiar, la hicimos en taxi, recorriendo el mismo camino por el interior.
Terminamos el día con una estupenda cena tailandesa, no muy picante, en un restaurante popular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario