Llevamos cinco días en Roma, combinando el turismo con la compañía de amigos entrañables, la mejor manera de vivir una ciudad. Cinco días que nos han permitido tan solo vislumbrar lo que ofrece Roma al viajero curioso y adoptar la decisión de que tenemos que volver.
El viaje del sábado a Ostia Antica. El traslado en un metro vetusto, lleno de jóvenes que iban a la playa, ruidosos y desafiantes, contrastaba con la tranquilidad, el recogimiento y la extraña sensación de retroceder veinte siglos, que produce pasear por una ciudad romana que uno puede imaginar perfectamente: el Decumano, el Teatro, el Foro de las Corporaciones, las termas de Neptuno.
El paseo que hicimos desde el Gianicolo hasta el Trastevere deleitándonos una y otra vez en las vistas de la ciudad, admirar los maravillosos mosaicos de la iglesia de Santa María del Trastevere y terminar cenando en una de las terrazas de la Via Scala.
Ver "in situ" el turismo de la fe, dándose una vuelta por el Vaticano y comprobando que para entrar a ver la Basílica de San Pedro la gente espera colas de varias horas, impertérritas ante un viento bastante desagradable. ¡Cómo ir a Roma y no ver San Pedro!
Se puede volver a pasear por Piazza Navona o el Campo de Fiori y siempre se sorprende uno, como si fuera la primera vez. O deambular por la callejas de Roma, mirando a un lado y a otro porque el deslumbramiento es constante. El paseo de anoche por Via Julia y Via Montserrato, bajo esa iluminación tenue y discreta de Roma, fue inolvidable.
Nos vamos hoy, pero volveremos pronto. Roma y los amigos nos lo exigen.
Muchas gracias.
El viaje del sábado a Ostia Antica. El traslado en un metro vetusto, lleno de jóvenes que iban a la playa, ruidosos y desafiantes, contrastaba con la tranquilidad, el recogimiento y la extraña sensación de retroceder veinte siglos, que produce pasear por una ciudad romana que uno puede imaginar perfectamente: el Decumano, el Teatro, el Foro de las Corporaciones, las termas de Neptuno.
El paseo que hicimos desde el Gianicolo hasta el Trastevere deleitándonos una y otra vez en las vistas de la ciudad, admirar los maravillosos mosaicos de la iglesia de Santa María del Trastevere y terminar cenando en una de las terrazas de la Via Scala.
Ver "in situ" el turismo de la fe, dándose una vuelta por el Vaticano y comprobando que para entrar a ver la Basílica de San Pedro la gente espera colas de varias horas, impertérritas ante un viento bastante desagradable. ¡Cómo ir a Roma y no ver San Pedro!
Se puede volver a pasear por Piazza Navona o el Campo de Fiori y siempre se sorprende uno, como si fuera la primera vez. O deambular por la callejas de Roma, mirando a un lado y a otro porque el deslumbramiento es constante. El paseo de anoche por Via Julia y Via Montserrato, bajo esa iluminación tenue y discreta de Roma, fue inolvidable.
Nos vamos hoy, pero volveremos pronto. Roma y los amigos nos lo exigen.
Muchas gracias.
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