Cuando ayer escuché la noticia del atentado en Marrakech, junto a la rabia y la indignación que sentí, me vinieron a la cabeza los recuerdos de mi última estancia en esa preciosa y querida ciudad. En ese mismo cafe Argana, en esa misma terraza donde la locura y la sinrazón humana hizo explotar una bomba que mató a dieciséis personas, pasé una tarde maravillosa, mientras degustaba un te verde, admiraba el despertar de la plaza -sus luces, su bullicio- y disfrutaba con un grupo de amigos que finalizábamos un espectacular viaje por Marruecos, sobre todo por el desierto y la ruta de las kashbas.
No era la primera vez que estaba en el Argana, o en cualquiera de los cafés que rodean la plaza de Jemaa el Fna. Mi amor por Marruecos me ha llevado en muchas ocasiones a Marrakech y a esa plaza, que forma parte de mi vida y de mis recuerdos.
¿Dónde está el origen de la locura que castiga al pueblo marroquí, amable y hospitalario, a sufrir grandes desgracias siempre que busca la libertad y la dignidad? Ya en 2003, con los atentados de Casablanca -que tuve la desgracia de vivir muy de cerca, pues trabajaba en esa ciudad- se cortaron de forma radical sus anhelos de libertad. La represión, la justificación de que ese régimen dictatorial impulsado por el ministerio del interior era absolutamente imprescindible para combatir el terrorismo, se implantaron a todos los niveles, hasta nuestros días.
Precisamente ahora que el pueblo, especialmente los jóvenes, se manifestaban pidiendo cambios, democracia, vuelve a aparecer la hidra del terrorismo. Esperemos que, en esta ocasión, los jóvenes marroquíes no se dejen engañar y prosigan, con más fuerza si cabe, sus exigencias democráticas.
La represión indiscriminada, la ausencia de libertad, el no respeto a la dignidad humana y la miseria son el caldo de cultivo del terrorismo. Por esa vía se da razones y justificación al terror. La democracia, la libertad, la defensa de la dignidad y la distribución de la riqueza son las armas con las que se combate con mayor eficacia al terror y a la sinrazón. Estoy seguro de que el pueblo marroquí aprendió de lo ocurrido en 2003 y no se dejará engañar. "In cha Allah".
Muchas gracias.
No era la primera vez que estaba en el Argana, o en cualquiera de los cafés que rodean la plaza de Jemaa el Fna. Mi amor por Marruecos me ha llevado en muchas ocasiones a Marrakech y a esa plaza, que forma parte de mi vida y de mis recuerdos.
¿Dónde está el origen de la locura que castiga al pueblo marroquí, amable y hospitalario, a sufrir grandes desgracias siempre que busca la libertad y la dignidad? Ya en 2003, con los atentados de Casablanca -que tuve la desgracia de vivir muy de cerca, pues trabajaba en esa ciudad- se cortaron de forma radical sus anhelos de libertad. La represión, la justificación de que ese régimen dictatorial impulsado por el ministerio del interior era absolutamente imprescindible para combatir el terrorismo, se implantaron a todos los niveles, hasta nuestros días.
Precisamente ahora que el pueblo, especialmente los jóvenes, se manifestaban pidiendo cambios, democracia, vuelve a aparecer la hidra del terrorismo. Esperemos que, en esta ocasión, los jóvenes marroquíes no se dejen engañar y prosigan, con más fuerza si cabe, sus exigencias democráticas.
La represión indiscriminada, la ausencia de libertad, el no respeto a la dignidad humana y la miseria son el caldo de cultivo del terrorismo. Por esa vía se da razones y justificación al terror. La democracia, la libertad, la defensa de la dignidad y la distribución de la riqueza son las armas con las que se combate con mayor eficacia al terror y a la sinrazón. Estoy seguro de que el pueblo marroquí aprendió de lo ocurrido en 2003 y no se dejará engañar. "In cha Allah".
Muchas gracias.