Acabo de volver a Washington después de pasar un par de días en casa de unos amigos en Edenton (North Carolina). Durante estas apenas cuarenta y ocho horas todos mis sentidos --no sólo los cinco tradicionales-- estuvieron en plena ebullición. Intentaré expresar las emociones y sensaciones que me han causado esta visita.
Empecemos con el camino por la pasarela de madera desde el jardín de la casa hasta la inmensa albufera que se encontraba al fondo. Los cipreses calvos, unos árboles pelados en medio del agua, recortaban el fondo grisáceo de la albufera en un día sin sol y medio lluvioso. Sus curiosas "rodillas" (como gnomos que les protegen rodeando su tronco) creaban un espacio mágico sobre el agua capaz de reforzar la estabilidad del árbol y a la vez mejorar su acceso a los nutrientes que necesitan. Levantando la vista, esos troncos --casi sin hojas--, pero llenos de ese musgo ("spanish moss") daban un aspecto absolutamente fantasmal. .
Entre los cipreses calvos crecía todo tipo de maleza. Ésta se mezclaba con las aguas pantanosas que lamían la pasarela, creando una diversidad de colores, desde el verde más rabioso hasta el rojo de las hojas de los arces o el amarillo grisáceo de algunas cañas que salían del agua.
Una sinfonía de sonidos completaba la obra: el agua removiéndose lentamente, pero de forma continua, el canto de los pájaros --águilas pescadoras y grullas-- , el croar de las ranas, sonidos difícilmente identificables para un animal de ciudad como yo, pero que, superponiéndose unos con otros, componían una melodía agradable y placentera.
Resultaba difícil caminar por esa pasarela sin tocar con las manos las plantas, las hojas y los árboles, cada uno con una textura diferente, cada uno ofreciendo una sensación distinta: suave, áspera, húmeda, seca...
Ese paseo hacia la albufera iba acompañado además de los olores procedentes de la ciénaga y del mar abierto, de árboles y hojas que se estaban cayendo --estamos en otoño-- y de ese agua que rodeaba todo lo que la vista era capaz de abarcar.
El gusto lo dejábamos para las buenas comidas. Al juntarnos varios amigos a los que nos encanta cocinar --y también comer-- nos hemos obsequiado mutuamente con unas cenas escandalosas, con una mezcla de sabores y de texturas --cocina fusión que dirían los entendidos: tajine de cordero con ciruelas pasas, junto con raviolis de calabaza o truchas de la bahía de Chesapeake.
Y me queda por resaltar el sentido para mi más importante: el de la amistad. Estar con amigos a los que aprecias, compartir comidas, paseos y confidencias, escuchar historias, discutir de política --por qué no-- es un disfrute necesario de mantener y potenciar. Estar jubilado me permite hacer y dar mayor valor a estas actividades.
P.D. Edenton está en el noreste de Carolina del Norte, donde acaba la bahía de Cheasapeake y desembocan dos ríos. Os recomiendo que veáis en un mapa su extraordinaria ubicación.
Muchas gracias.
Empecemos con el camino por la pasarela de madera desde el jardín de la casa hasta la inmensa albufera que se encontraba al fondo. Los cipreses calvos, unos árboles pelados en medio del agua, recortaban el fondo grisáceo de la albufera en un día sin sol y medio lluvioso. Sus curiosas "rodillas" (como gnomos que les protegen rodeando su tronco) creaban un espacio mágico sobre el agua capaz de reforzar la estabilidad del árbol y a la vez mejorar su acceso a los nutrientes que necesitan. Levantando la vista, esos troncos --casi sin hojas--, pero llenos de ese musgo ("spanish moss") daban un aspecto absolutamente fantasmal. .
Entre los cipreses calvos crecía todo tipo de maleza. Ésta se mezclaba con las aguas pantanosas que lamían la pasarela, creando una diversidad de colores, desde el verde más rabioso hasta el rojo de las hojas de los arces o el amarillo grisáceo de algunas cañas que salían del agua.
Una sinfonía de sonidos completaba la obra: el agua removiéndose lentamente, pero de forma continua, el canto de los pájaros --águilas pescadoras y grullas-- , el croar de las ranas, sonidos difícilmente identificables para un animal de ciudad como yo, pero que, superponiéndose unos con otros, componían una melodía agradable y placentera.
Resultaba difícil caminar por esa pasarela sin tocar con las manos las plantas, las hojas y los árboles, cada uno con una textura diferente, cada uno ofreciendo una sensación distinta: suave, áspera, húmeda, seca...
Ese paseo hacia la albufera iba acompañado además de los olores procedentes de la ciénaga y del mar abierto, de árboles y hojas que se estaban cayendo --estamos en otoño-- y de ese agua que rodeaba todo lo que la vista era capaz de abarcar.
El gusto lo dejábamos para las buenas comidas. Al juntarnos varios amigos a los que nos encanta cocinar --y también comer-- nos hemos obsequiado mutuamente con unas cenas escandalosas, con una mezcla de sabores y de texturas --cocina fusión que dirían los entendidos: tajine de cordero con ciruelas pasas, junto con raviolis de calabaza o truchas de la bahía de Chesapeake.
Y me queda por resaltar el sentido para mi más importante: el de la amistad. Estar con amigos a los que aprecias, compartir comidas, paseos y confidencias, escuchar historias, discutir de política --por qué no-- es un disfrute necesario de mantener y potenciar. Estar jubilado me permite hacer y dar mayor valor a estas actividades.
P.D. Edenton está en el noreste de Carolina del Norte, donde acaba la bahía de Cheasapeake y desembocan dos ríos. Os recomiendo que veáis en un mapa su extraordinaria ubicación.
Muchas gracias.
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