jueves, 13 de noviembre de 2014

Misceláneas americanas


  • Columbia es un pueblo de Carolina del Norte próximo a Edenton, donde los que hayáis leído mi blog anterior sabréis que he pasado unos días con amigos. Como tiene un cierto encanto --rodea un precioso lago-- decidimos acercarnos a dar una vuelta y a comprar unos tornillos que faltaban. Entramos en lo que sería una ferretería, pero que tenía absolutamente de todo: desde ropa a escopetas y bicicletas. Me recordaba esas películas del oeste en las que siempre aparece una tienda como ésta donde el "bueno" compra aquello que necesita. Tanto el que nos atendió como la clientela podían ser personajes de una de esas "westerns".
  • Mientras caminábamos por la calle principal nos encontramos con el único viandante: un hombre mayor que llevaba una serpiente en la mano y una gran cruz colgada del pecho. Intentamos entablar conversación con él, pero no se le entendía nada, entre otras cosas porque estaba bastante borracho. Queríamos tomar un café y en la ferretería nos dijeron que el mejor sitio era la "winery". En esta bodega producían y vendían un mal vino, pero curiosamente hacían un excelente café que pudimos tomar sentados en unos confortables sillones.

  • En el viaje de vuelta a Washington observamos desde el coche una enorme bandera Confederada, casi tan grande como la española que ondea en la plaza de Colón de Madrid. Por lo visto, a pesar de que uno pensaría que sería ilegal, resulta que pertenece a uno cuyo jardín linda con la autopista.  Al estar la bandera en su propiedad, a este defensor de los Estados Confederados de América, nadie puede decirle nada.  Parece ser que también hubo quien plantó en su jardín la bandera negra del Estado Islámico, aunque al final la retiró solo por la presión de los vecinos. Algún espabilado utiliza esta treta --aprovechar la proximidad de su propiedad privada a las autopistas-- para poner anuncios de su empresa.  La publicidad está prohibida en las carreteras, pero, ya se sabe, los derechos individuales están por encima de todo.

  • Poco después de ver la bandera confederada nos tocó parar a comer, asunto nada fácil en las carreteras norteamericanas. Lo normal es perderse buscando lo que casi nunca consigues encontrar. Al final dimos con algo que nos llamó la atención: "Crocker Barrel". Entramos y, a pesar de que se anunciaba como un restaurante, ofrecía en una inmensa tienda una infinidad de artículos, desde recuerdos turísticos hasta ropa "elegante", mermeladas, mecedoras y muñecas para niñas. Pero sí, también tenían comedor y hacia allí fuimos. Una gran sala, toda de madera -- no solo las mesas sino las vigas del techo y las paredes--, resultó muy acogedor en su conjunto. Eran como las doce y media y nos preguntaban si íbamos a desayunar(???) o a comer y, por si acaso, nos dieron ambos menús.  Las camareras --solo mujeres-- constituían una buena muestra del sexo femenino: jóvenes y menos jóvenes (alguna con mas de 70 años), flacas y menos flacas (alguna con bastante más de 100 kilos), guapas y bastante feas... Y la clientela, en general bastante mayor, era también representativa de esa América profunda que no se ve en las grandes ciudades: nuestro vecino llevaba una camiseta de cazadores de ciervos y dos mesas más allá un grupo de mujeres mayores y no precisamente flacas daban buena cuenta de un apetitoso plato...
Y mañana vuelta a Madrid. Se acabaron las historias americanas hasta una nueva ocasión. Espero que las hayáis disfrutado.

Muchas gracias.

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