Los resultados de las elecciones europeas han mandado al Partido Socialista a la UVI. Estaba muy enfermo y las elecciones han sido el coletazo que ha agravado su situación. Está moribundo, es verdad, pero aún tiene la posibilidad de recuperarse. Para ello necesita un buen médico y una compleja operación.
Y en eso parece que están centrados, por encima del ruido que se está produciendo, los dirigentes del Partido Socialista. Se empezó, a mi entender, bien. Tras un descalabro tremendo se necesitaba una decisión radical: la dimisión del Secretario General, que asumía la responsabilidad del fracaso, y la convocatoria de un congreso extraordinario. Esta decisión, consecuencia de una lógica aplastante, provocó las primeras reacciones en contra. Hubo dirigentes, por ejemplo Carme Chacón, que tenían preparada su campaña para las primarias de noviembre y el cambio les pilló con el pie cambiado, por lo que se opusieron frontalmente.
Convocado el congreso, Eduardo Madina sugirió la necesidad de que estuviese abierto a todos los militantes. "Un militante, un voto" no parece una mala práctica en estos momentos de regeneración democrática y de necesaria refundación del partido socialista. Al principio a todos les parecía bien --la defensa de la democracia como lema--, pero enseguida han empezado a aparecer otros intereses que algunos quieren defender con mas intensidad: sus propios privilegios. De manera que, en escasas horas, se están imponiendo los intereses de los barones, enmascarados tras la bandera del apoyo a Susana Díaz como futura secretaria general del PSOE.
Probablemente Susana Díaz sea una de las mejores opciones al puesto, pero no es eso lo que se discute sino el procedimiento de acceso a esa función. Dos son las opciones que se barajan: que salga un secretario/a general apoyado por el voto mayoritario de la militancia o que se produzca el nombramiento por aclamación y sin competencia, algo que no se corresponde con el momento en que vivimos y que nos recuerda etapas pasadas. Que Susana Díaz se convierta en Secretaria General del Partido Socialista por aclamación, sin rivales y sin la participación de la militancia, no le conviene a ella, ni al PSOE ni a la izquierda de este país. Ese desenlace sería la puntilla definitiva al partido y su condena a la irrelevancia.
En los momentos en que nos encontramos se necesita un cambio profundo, una refundación de los socialistas españoles, y dejarla en manos de los delegados al Congreso --cuya inmensa mayoría, no nos olvidemos, son cargos públicos a diferente nivel y, por tanto, con muchos intereses en conservar su puesto-- es una imprudencia y una temeridad.
Si Susana Díaz quiere ser la próxima secretaria general del PSOE --a mi no me parecería mal--, que se presente y gane un congreso abierto a toda la militancia y con otros candidatos. Así saldrían reforzados ella y el partido.
En los próximos días tendremos la respuesta a estas interrogantes.
Muchas gracias.
Y en eso parece que están centrados, por encima del ruido que se está produciendo, los dirigentes del Partido Socialista. Se empezó, a mi entender, bien. Tras un descalabro tremendo se necesitaba una decisión radical: la dimisión del Secretario General, que asumía la responsabilidad del fracaso, y la convocatoria de un congreso extraordinario. Esta decisión, consecuencia de una lógica aplastante, provocó las primeras reacciones en contra. Hubo dirigentes, por ejemplo Carme Chacón, que tenían preparada su campaña para las primarias de noviembre y el cambio les pilló con el pie cambiado, por lo que se opusieron frontalmente.
Convocado el congreso, Eduardo Madina sugirió la necesidad de que estuviese abierto a todos los militantes. "Un militante, un voto" no parece una mala práctica en estos momentos de regeneración democrática y de necesaria refundación del partido socialista. Al principio a todos les parecía bien --la defensa de la democracia como lema--, pero enseguida han empezado a aparecer otros intereses que algunos quieren defender con mas intensidad: sus propios privilegios. De manera que, en escasas horas, se están imponiendo los intereses de los barones, enmascarados tras la bandera del apoyo a Susana Díaz como futura secretaria general del PSOE.
Probablemente Susana Díaz sea una de las mejores opciones al puesto, pero no es eso lo que se discute sino el procedimiento de acceso a esa función. Dos son las opciones que se barajan: que salga un secretario/a general apoyado por el voto mayoritario de la militancia o que se produzca el nombramiento por aclamación y sin competencia, algo que no se corresponde con el momento en que vivimos y que nos recuerda etapas pasadas. Que Susana Díaz se convierta en Secretaria General del Partido Socialista por aclamación, sin rivales y sin la participación de la militancia, no le conviene a ella, ni al PSOE ni a la izquierda de este país. Ese desenlace sería la puntilla definitiva al partido y su condena a la irrelevancia.
En los momentos en que nos encontramos se necesita un cambio profundo, una refundación de los socialistas españoles, y dejarla en manos de los delegados al Congreso --cuya inmensa mayoría, no nos olvidemos, son cargos públicos a diferente nivel y, por tanto, con muchos intereses en conservar su puesto-- es una imprudencia y una temeridad.
Si Susana Díaz quiere ser la próxima secretaria general del PSOE --a mi no me parecería mal--, que se presente y gane un congreso abierto a toda la militancia y con otros candidatos. Así saldrían reforzados ella y el partido.
En los próximos días tendremos la respuesta a estas interrogantes.
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