lunes, 17 de diciembre de 2012

Veintisiete víctimas inocentes

A todos nos ha sobrecogido el brutal asesinato de veinte niños de seis y siete años y siete adultos, ocurrido en una escuela de Newtown, pequeña población del interior del estado norteamericano de Connecticut. Como cada vez que ocurre una acción de este tipo --con demasiada frecuencia desgraciadamente--, nos hemos preguntado cómo es posible que se siga manteniendo la legislación que permite que la mayoría de las viviendas americanas sean un auténtico arsenal con todo tipo de armas, hasta las más sofisticadas.
Resulta difícil, por no decir imposible, entender qué procesos mentales pueden llevar a un joven a coger dos pistolas y un fusil ametrallador, irrumpir en una escuela de primaria y matar a sangre fría a todo el que se le ponga por delante.

Sobre esto y sobre la necesidad de controlar el acceso a las armas tenemos --y tendremos más en los próximos días-- todo tipo de opiniones y de sesudos comentarios en los diferentes medios de comunicación.
Para no ser repetitivo, me gustaría poner el acento en otro aspecto del problema: la madre del asesino.
Esta señora, que tenía varias armas en su casa, que salía con su hijo a hacer prácticas de tiro (se supone que con frecuencia, pues el hijo no ha dejado herida a ninguna victima: tenía una excelente puntería), era una profesora del colegio. Entre semana se dedicaba a educar, se supone que en los valores democráticos, a una veintena de niños de seis años, mientras los fines de semana salía con su hijo de veinte a hacer prácticas de tiro.

Pongámonos en el lugar de uno de los padres cuyo hijo ha sido asesinado y que tenía como profesora a esta señora. ¿Es compatible tener a tu cargo la educación de unos niños y salir los fines de semana a pegar tiros? ¿Cuántos profesores americanos tienen una colección de armas en su casa? ¿Cuántos son partidarios de la "libertad" consistente en tomarte la justicia por tu mano?

Cuando le preguntaban a un senador republicano si no había llegado el momento de adoptar alguna medida sobre el control de la tenencia de armas, contestaba que el problema no eran las armas sino que se había echado a Dios de las escuelas.

Eso mismo debe pensar el ministro Wert.  De ahí sus esfuerzos por traernos a Dios y a la Iglesia Católica (que, como todos sabemos, es la única verdadera) a la escuela: más enseñanza concertada religiosa, más religión y fuera la Educación para la Ciudadanía. Con más Dios en la escuela nos evitaremos estos horrores y mejoraremos la calidad educativa.  Amén.

Muchas gracias.


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