lunes, 14 de mayo de 2012

Granada, cincuenta años después

Hace cincuenta años llegaba a Granada. Venía de Tánger, la ciudad de mi adolescencia y juventud; una ciudad que hacía poco que había dejado de ser internacional para incorporarse al Reino de Marruecos, pero que seguía manteniendo aún ese aire cosmopolita, abierto y liberal, que le había hecho famosa.

Llegué en octubre, para incorporarme a la universidad. Mis recuerdos de esa primera estancia son una mezcla de la belleza que Granada desprende por todos sus rincones y el tono gris, casi negro, no del cielo sino de la sociedad, de la gente. Una Granada triste, represiva, agobiante. Una sociedad cerrada, caciquil y clasista, donde era muy difícil entrar, sobre todo para un joven inquieto y preocupado socialmente como era yo entonces.

La vida política universitaria, en la que estaba interesado, se reducía a las discusiones, y en ocasiones peleas físicas, entre los señoritos monárquicos de un colegio mayor y los no menos señoritos falangistas de otro.

Aprovechando las vacaciones de Semana Santa decidí dejarme barba, además de cómodo era una señal de inconformismo que reflejaba bien mi condición de joven airado. El primer día de clase tenía Quimica, con el profesor Rancaño,- que fue Rector varios años-. Estaba tranquilamente sentado en mi pupitre oyendo sus explicaciones cuando las interrumpió para decir, "por favor ese señor de la barba suba aquí al estrado a seguir con mi explicación". Subí al estrado, obviamente no supe que decir y me mandó sentar. No entendí aquello pero no le dí más importancia. Mi sorpresa fue que en la siguiente clase con este mismo profesor se volvió a repetir el incidente. Me obligó a subir de nuevo al estrado para hacer constancia de mi falta de conocimientos. Total, que en la próxima clase ya me había afeitado, no me volvió a llamar y conseguí aprobar la asignatura.

Acabo de pasar un par de días en Granada y he disfrutado tanto de la ciudad y de su gente, que me han venido a la mente estos recuerdos del pasado. Como ha cambiado esa ciudad, no tanto su fisonomía de monumentos y calles preciosas, que siguen siendo igual de espectaculares que lo eran hace cincuenta años, sino su gente. La alegría de vivir que se nota en sus calles, a pesar de la crisis, los turistas disfrutando de su belleza, la diversidad cultural que hoy impregna sus calles, -esos marroquíes que te encuentras por todas partes y que parece estén intentando resucitar el reino nazarí.

Cómo cambia una ciudad cuando cambia su ciudadanía, cuando la alegría circula por sus calles, cuando notas que hay vida. Entonces, desaparece lo gris, lo negro, el sol resplandece y todo brilla.

Muchas gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario