martes, 3 de abril de 2012

Un viaje en autobús por la ciudad de San Francisco

Hace unos meses escribía sobre la experiencia de un viaje en tren por Marruecos, concretamente de Tanger a Rabat. De un viaje así uno puede esperar emociones y sorpresas.  No parece, en cambio, que un trayecto en autobús por una ciudad tan emblemática como San Francisco pueda deparar otra cosa que paisajes bonitos. Sin embargo, como podreis comprobar si seguís leyendo, la realidad es muy otra. ¿Dónde está el Tercer Mundo? ¿en los trenes marroquíes o en los autobuses norteameicanos?

Esta mañana decidimos acercarnos al museo de Arte Moderno de la ciudad: SF MOMA. Habiamos intentado entrar en otra ocasión, pero con tan mala fortuna que cuando ya estabamos en la puerta comprobamos que ese dia cerraba.

Hoy, tras confirmar previamente que abría y, además, que era el único día del mes que la entrada era gratis --casualidad compensatoria por nuestra desgracia en el pasado--, nos pusimos en camino en autobús, pues no disponiamos de coche en ese momento.

Subir a un autobús en Estados Unidos y también en esta ciudad, a pesar de ser una de las que mejor transporte público tiene, es una experiencia vital. Mal acostumbrado a mis autobuses madrileños -- modernos, limpios, todo automatizado y con aire acondionado o calefacción --  entrar en un autobús en San Francisco consiste en retroceder varios decenios en mi memoria, pues decenas de años tienen los autobuses.  El sistema es bien rudimentario: se avisa, por ejemplo, de parar tirando de un cordón (algún lector de edad "madura" como yo se acordará de ese sistema), la suciedad es manifiesta y los asientos son de plástico.

Una vez acomodado, mirar el paisaje sería lo adecuado en una ciudad tan preciosa como San Francisco, pero no es lo que se hace, ya que lo interesante se encuentra en el paisanaje. Un gordo afroamericano, de mas de 150 kilos, va dormitando enfrente de mí. Delante de él va sentado un señor mayor, de movimientos lentos, que lleva en la mano una botella de agua que, sin saber cómo, se le abre y se le derrama por todo el asiento. Con el culo mojado se levanta y, con la ayuda del vecino gordo, trata de absorber el agua con un trozo de papel que no seca nada y luego con un pañuelo que se empapa.  Sigue habiendo agua en el asiento. Termina echándola al suelo y volviéndose a sentar pues si ya tiene el culo mojado, ¡qué importa mojárselo un poco más!

Sin haber terminado esta operación, se sienta a nuestro lado un "cowboy" auténtico: patillas largas, sombrero tapándole media cara, botas altas y mal olor, muy mal olor, no sé si de las vacas o, lo que es más probable, de no lavarse.

Mientra observamos a nuestro nuevo vecino, se sube al autobús un nuevo personaje, una mujer negra que va vestida como una jovencita pero debe tener más de 70 años. Nada más entrar discute con el conductor, parece que no quiere pagar, el otro la recrimina y ella le llama de todo menos bonito. El conductor la conmina a que se baje del autobús pero ella se niega y el conductor para el vehiculo hasta que ella se baje. Después de una colección de insultos que aumentaron mis conocimientos de la lengua inglesa, la individua, chillando a la vez que habla por un móvil, decide abandonar el autobús. Estaba completamente loca, pero tengo que recordar que en Estados Unidos los locos no están en hospitales psiquiátricos, que son muy caros, sino en la calle.

El resto del paisanaje: asiáticos, afroamericanos, "homeless" y en general gente sin recursos que no tiene coche, ni tan siquiera de tercera mano, se mantenían hieráticos, como si eso fuera el pan nuestro de cada día, que estoy seguro lo es.

En el trayecto de vuelta la fotografía del paisanaje se completó con una pareja, chico y chica.  El chico vestía una falda de vuelo con lunares y la chica unos "jeans". La falda le permitía al chico mostrar unos hermosos tatuajes en sus piernas, uno de ellos de una chica desnuda. También contamos con un joven que debía hacer unos minutos que se había escapado del hospital, pues aún llevaba las cintas de plástico que te ponen en la muñeca para reconocerte. En un día más bien frio iba en camiseta, sin mangas, y su cara de loco evidenciaba su condición.

Para conocer lo que da de sí la sociedad norteamericana basta con subirse un día a un autobús en cualquier ciudad de Estados Unidos y mirar en derredor. Eso no suele salir en las películas; hay que venir aquí para verlo.

Muchas gracias.

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