Son las once de la mañana. Luce el sol, casi un milagro en esta ciudad, y dan ganas de salir a dar un paseo. Caminamos un par de manzanas hasta nuestra "cafetería" preferida. Caminar por San Francisco siempre es un buen ejercicio: subes, bajas, casi nunca vas recto.
Llegamos a nuestro destino. Un "cafe latte" y un "capuccino" y nos sentamos con nuestras novelas en unos sillones con orejeras, junto a unas plantas de interior, en medio de las cuales una fuentecita deja correr el agua, que acompaña con su música nuestra lectura.
¡Cómo ha cambiado la cultura del café en este país! De ese cafe bastante malo, el llamado "café americano", que conseguías en un Dunkin Donuts o en un McDonald´s, se ha pasado a elegir de una larga lista de combinaciones de cafe, cada día más sofisticadas. En vez de tomártelo mientras caminas, quemándote los labios y con un sabor horrible, ahora te sientas en un cómodo sillon y lo vas degustando mientras te dedicas a cualquier otra actividad apetecible. De ese cambio ha sido principal protagonista y casi exclusivo motor "Starbucks", esa compañía que ya tenemos también en nuestras ciudades españolas.
Las "cafeterías" americanas son lo más parecido al salón de tu casa: sofás un poco raidos, sillas de diferente tipo y color, mesas de centro junto a mesas de bar, cuadros en las paredes y un ambiente agradable que te anima a disfrutar el momento.
Antes de iniciar la lectura de mi novela, no puedo evitar echar un vistazo a mi alrededor: una joven asiática con ordenador y un libro trabaja árduamente; a mi izquierda, una pareja de motoristas de Harley Davidson, con sus zamarras de cuero, conversan animadamente; a mi espalda otra joven trabaja con su ordenador; justo al lado de la puerta un anciano con su gorra de béisbol acaba de levantarse para salir.
Cojo la novela pero mi intención de iniciar la lectura se ve truncada por la llegada de un personaje que me interesa: es un hombre de unos cuarenta años, pelo rapado, mochila al hombro, que entra en un patinete --¡sí, en un patinete como los que teníamos cuando éramos niños!--, "aparca" su patinete entre dos sillones y pide lo que, para mi, sería una suculenta comida. Son las once y media de la mañana. Se sienta justo detrás de mí y el olor de su comida me acompaña todo el tiempo.
Me pongo a leer "Live Wire" de Harlan Coben. A pesar del interés que siempre me proporciona la novela negra, no puedo evitar echar un vistazo a la calle, desde la espléndida vitrina en la que estoy situado: una mujer joven pasa corriendo, empujando un carrito con sus dos gemelos, un señor mayor renquea, arrastrando su andador, el autobús para justo delante de mi mirador y se suben varias mujeres mayores, casi todas asiaticas, un chico joven pasa como una exhalación encima de su "skateboard".
Retorno a mi lectura. El sol me calienta a través del ventanal, el agua de la fuentecita sigue corriendo, la gente pasa delante de mí como si de una película muda se tratase. Todo anima a disfrutar. San Francisco es, sin duda, una ciudad amigable.
Muchas gracias.
Llegamos a nuestro destino. Un "cafe latte" y un "capuccino" y nos sentamos con nuestras novelas en unos sillones con orejeras, junto a unas plantas de interior, en medio de las cuales una fuentecita deja correr el agua, que acompaña con su música nuestra lectura.
¡Cómo ha cambiado la cultura del café en este país! De ese cafe bastante malo, el llamado "café americano", que conseguías en un Dunkin Donuts o en un McDonald´s, se ha pasado a elegir de una larga lista de combinaciones de cafe, cada día más sofisticadas. En vez de tomártelo mientras caminas, quemándote los labios y con un sabor horrible, ahora te sientas en un cómodo sillon y lo vas degustando mientras te dedicas a cualquier otra actividad apetecible. De ese cambio ha sido principal protagonista y casi exclusivo motor "Starbucks", esa compañía que ya tenemos también en nuestras ciudades españolas.
Las "cafeterías" americanas son lo más parecido al salón de tu casa: sofás un poco raidos, sillas de diferente tipo y color, mesas de centro junto a mesas de bar, cuadros en las paredes y un ambiente agradable que te anima a disfrutar el momento.
Antes de iniciar la lectura de mi novela, no puedo evitar echar un vistazo a mi alrededor: una joven asiática con ordenador y un libro trabaja árduamente; a mi izquierda, una pareja de motoristas de Harley Davidson, con sus zamarras de cuero, conversan animadamente; a mi espalda otra joven trabaja con su ordenador; justo al lado de la puerta un anciano con su gorra de béisbol acaba de levantarse para salir.
Cojo la novela pero mi intención de iniciar la lectura se ve truncada por la llegada de un personaje que me interesa: es un hombre de unos cuarenta años, pelo rapado, mochila al hombro, que entra en un patinete --¡sí, en un patinete como los que teníamos cuando éramos niños!--, "aparca" su patinete entre dos sillones y pide lo que, para mi, sería una suculenta comida. Son las once y media de la mañana. Se sienta justo detrás de mí y el olor de su comida me acompaña todo el tiempo.
Me pongo a leer "Live Wire" de Harlan Coben. A pesar del interés que siempre me proporciona la novela negra, no puedo evitar echar un vistazo a la calle, desde la espléndida vitrina en la que estoy situado: una mujer joven pasa corriendo, empujando un carrito con sus dos gemelos, un señor mayor renquea, arrastrando su andador, el autobús para justo delante de mi mirador y se suben varias mujeres mayores, casi todas asiaticas, un chico joven pasa como una exhalación encima de su "skateboard".
Retorno a mi lectura. El sol me calienta a través del ventanal, el agua de la fuentecita sigue corriendo, la gente pasa delante de mí como si de una película muda se tratase. Todo anima a disfrutar. San Francisco es, sin duda, una ciudad amigable.
Muchas gracias.
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