viernes, 24 de octubre de 2014

Un viaje en autobús por San Francisco

No son muchas las veces que me toca ir en autobús por San Francisco, y os puedo asegurar que siempre resulta interesante.

Nos subimos hoy en el autobús 31 para volver a casa desde Embarcadero. Pudimos sentarnos y, nada más hacerlo, nos acompañó la "agradable" música de la charla de dos jóvenes chinas detrás de nosotros. Cuando estuvimos en China ya pudimos comprobar que los chinos no hablan sino que ladran. Encima de este estimulante soniquete tuvimos el ruido que hacía una mujer afroamericana, al otro lado de nuestra fila, comiendo un paquete de patatas fritas y estrujando constantemente la bolsa de papel que las contenía,

Con regularidad esos sonidos eran tapados por una voz que salía de los altavoces del vehículo para alertarnos de que "tengan los ojos muy abiertos y vigilen sus móviles cuando viajen en el autobús". Pensaba yo que bien podía ser ese el eslogan publicitario de la compañía si querían quedarse sin clientes..

Dos filas más adelante un afroamericano con rastas hablaba solo y sin parar, en un tono bastante alto. Normalmente no se entendía lo que decía, excepto en un momento en que subió un chino que, al no encontrar un asiento libre, se colocó a su lado de pie, sujetándose a la barra. El buen hombre se tuvo que marchar porque el que estaba sentado le chillaba para que se fuera.

La chica sentada frente a mí --una jovencita americana rubia-- se pasó todo el trayecto con su larga melena entre las manos, buscando no sé muy bien qué; mi mujer me dice que partiéndose las puntas. Al otro lado una joven con un culo enorme --de esos que solo se ven en Estados Unidos-- llevaba una minifalda de estampados rojos y blancos. ¿Para disimular su volumen? o más bien ¿para resaltar que su trasero era el más grande que uno pudiese imaginar?

Sentado junto a la ventana, me estaba dando el sol, lo que no me molestaba nada teniendo en cuenta que estamos a finales de octubre. Trataba de mirar por la ventana, pero lo que veía era los churretones de suciedad que la tapaban casi por completo. Debía de hacer siglos que no limpiaban esos cristales.

Aun así podía apreciar, entre brumas, las casas de las calles por las que íbamos pasando --el centro de San Francisco--, la inmensa mayoría muestras de los estilos más peculiares y hermosos de arquitectura ciudadana. Embriagado por la belleza de esas construcciones, desviaba la vista hacia el interior del autobús y no podía creer que estaba en San Francisco. ¿Los viajeros del autobús eran ciudadanos de esta ciudad?  Sin duda sí, pero era difícil creerlo.

Pero, ¿no es eso el primer mundo? ¿el desarrollo del capitalismo que produce cada vez más desigualdad?

Muchas gracias.

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