Así se titula la exposición que la Fundación Mapfre ofrece en su sala del Paseo de Recoletos de Madrid -con entrada gratuita- y que permanecerá hasta el 11 de enero de 2015.
Esta mañana, con un día gris y lluvioso en Madrid, me he acercado a verla y a disfrutar de la luminosidad que desprenden sus cuadros. La exposición es magnifica, tanto por el volumen de obras que la integran como por la calidad y la variedad del conjunto expuesto.
No me considero un experto en pintura, pero sí que soy un ferviente admirador de Sorolla, al que revisito en su casa museo de la calle General Martínez Campos con cierta frecuencia (y que os recomiendo hagáis de vez en cuando). Tampoco me pierdo ninguna exposición suya a la que pueda asistir, incluyendo la Hispanic Society de Nueva York donde he estado en dos ocasiones. Digo esto porque, a pesar de mi relativo conocimiento de la obra de Sorolla, esta exposición me ha sorprendido, me ha mostrado al maestro en su madurez, pero también a un Sorolla poco conocido por mí.
Me ha asombrado, por ejemplo, la sección de retratos. Conocía alguno de los que había hecho a su esposa Clotilde o a algún pintor amigo, como Alonso de Beruete, pero no la serie dedicada a personalidades americanas, donde Sorolla muestra su enorme talento para el retrato, que, por otro lado, era una buena manera de ganar dinero, según él mismo reconocía.
Espléndida también la sección de paisajes y jardines, muchos de ellos desconocidos y surgidos al calor de la investigación que llevó a cabo para pintar a Cristóbal Colón, un encargo que le hicieron con ocasión del cuatrocientos aniversario del descubrimiento de América.
Curiosa, al menos para mí, su obsesión por la pintura que le llevaba a dibujar o pintar en cualquier sitio y en cualquier momento. Preciosos los dibujos que hacía mientras se tomaba un café en un bar o comía algo; o esos "gouaches" pequeños que le servían como bocetos de cuadros, pero que son una obra de arte en si mismos, más atrevidos técnicamente, de un "impresionismo" absolutamente vanguardista.
Y además --o sobre todo--, esos cuadros del mar levantino, del sol mediterráneo, donde el agua parece que se sale del cuadro y que el correr por la playa de las dos hermanas terminará salpicándote. Es difícil imaginarse algo más bello que esas mujeres del Paseo del Faro de Biárritz o esos niños persiguiéndose por la arena, con su desnudez al sol y el chispear del agua resbalando sobre sus cuerpos.
En estos días grises, oscuros, que nos toca vivir --no tanto por el otoño en el que estamos sino por la basura y la zafiedad con que nos desayunamos diariamente-- es un consuelo encontrarse con la luz, la alegría, las ganas de vivir que refleja la obra de Sorolla.
No os la perdáis. Muchas gracias.
Esta mañana, con un día gris y lluvioso en Madrid, me he acercado a verla y a disfrutar de la luminosidad que desprenden sus cuadros. La exposición es magnifica, tanto por el volumen de obras que la integran como por la calidad y la variedad del conjunto expuesto.
No me considero un experto en pintura, pero sí que soy un ferviente admirador de Sorolla, al que revisito en su casa museo de la calle General Martínez Campos con cierta frecuencia (y que os recomiendo hagáis de vez en cuando). Tampoco me pierdo ninguna exposición suya a la que pueda asistir, incluyendo la Hispanic Society de Nueva York donde he estado en dos ocasiones. Digo esto porque, a pesar de mi relativo conocimiento de la obra de Sorolla, esta exposición me ha sorprendido, me ha mostrado al maestro en su madurez, pero también a un Sorolla poco conocido por mí.
Me ha asombrado, por ejemplo, la sección de retratos. Conocía alguno de los que había hecho a su esposa Clotilde o a algún pintor amigo, como Alonso de Beruete, pero no la serie dedicada a personalidades americanas, donde Sorolla muestra su enorme talento para el retrato, que, por otro lado, era una buena manera de ganar dinero, según él mismo reconocía.
Espléndida también la sección de paisajes y jardines, muchos de ellos desconocidos y surgidos al calor de la investigación que llevó a cabo para pintar a Cristóbal Colón, un encargo que le hicieron con ocasión del cuatrocientos aniversario del descubrimiento de América.
Curiosa, al menos para mí, su obsesión por la pintura que le llevaba a dibujar o pintar en cualquier sitio y en cualquier momento. Preciosos los dibujos que hacía mientras se tomaba un café en un bar o comía algo; o esos "gouaches" pequeños que le servían como bocetos de cuadros, pero que son una obra de arte en si mismos, más atrevidos técnicamente, de un "impresionismo" absolutamente vanguardista.
Y además --o sobre todo--, esos cuadros del mar levantino, del sol mediterráneo, donde el agua parece que se sale del cuadro y que el correr por la playa de las dos hermanas terminará salpicándote. Es difícil imaginarse algo más bello que esas mujeres del Paseo del Faro de Biárritz o esos niños persiguiéndose por la arena, con su desnudez al sol y el chispear del agua resbalando sobre sus cuerpos.
En estos días grises, oscuros, que nos toca vivir --no tanto por el otoño en el que estamos sino por la basura y la zafiedad con que nos desayunamos diariamente-- es un consuelo encontrarse con la luz, la alegría, las ganas de vivir que refleja la obra de Sorolla.
No os la perdáis. Muchas gracias.
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