viernes, 5 de septiembre de 2014

Un crucero por el mar Báltico

"Pero, Karen, ¿dónde crees que voy a poder meter todo esto?" Acababa de entrar en la habitación de invitados, y la cama --una de 1,50-- estaba desbordada de ropa femenina: vestidos, chaquetones, zapatos... !!Es imposible llevar tanta ropa!!... Karen me contestaba recordándome que siempre digo lo mismo cuando hacemos un viaje.

Así empiezan mis viajes familiares y tengo que reconocer que siempre consigo introducir todo en las maletas correspondientes. Bien es verdad que eso es gracias a mi sentido espacial, adquirido con mi formación matemática. Quince minutos y las maletas estaban hechas. Empezaba nuestro viaje.

Llevábamos mucho tiempo pensando en hacer un crucero y al final nos decidimos por el Mar Báltico: Rostock, Tallinn, San Petersburgo, Helsinki y Estocolmo nos ofrecían suficiente atractivo.  El viaje en crucero en sí era una incógnita para nosotros: teníamos muchos mensajes positivos de amigos que lo habían hecho, pero nos preocupaba el asunto de marearse (Karen es propicia a ello) en el que encontrábamos diversidad de opiniones.

Un viaje por los países bálticos hace tiempo que pensaba haberlo hecho en coche con amigos, partiendo desde Berlin, pero no llegó a concretarse, así que optamos por el crucero.

Teníamos que coger un avión que volaba a Copenhagüe a las 8.00 de la mañana, pues de allí salía el crucero. Teniendo en cuenta que en media hora estamos desde casa en un mostrador de Barajas (gracias a la linea de metro), ¿a que no os parece normal levantarse a las 5.00?  A mi tampoco, pero esa es otra de las características de nuestros viajes familiares: hay que ponerse en marcha un montón de horas antes.

Con tanta previsión (americana) llegamos al aeropuerto con mucha anticipación y con la seguridad de que no perderíamos el avión. Facturamos, dímos una vuelta por el aeropuerto, compramos EL PAÍS y ya estábamos de viaje.

Las tres horas que tarda el avión en llegar a Copenhagüe nos fueron muy útiles para leer, dormitar un rato y conversar sobre lo que nos esperaba --todo desconocido para nosotros--, hasta llegar a nuestro destino. Como jubilados que somos, había estudiado la manera de ir al puerto de la ciudad en transporte público: tren y luego un autobús.  Y eso hicimos.  El tren muy bien, aunque tuvimos algún problema con el sistema para sacar los billetes, pero del autobús mejor no hablar:.  Nos volvimos locos: subimos en el que correspondía, pero que, al parecer, no iba hasta el final, y nos dejó en un descampado donde estuvimos casi una hora esperando al autobús correcto. Eso si, no estábamos solos, es decir, no éramos los únicos inútiles que nos habíamos despistado; nos acompañaban en la desgracia otras cinco parejas que iban al mismo sitio que nosotros.

Todo tiene un final y también nuestra aventura. Llegamos al barco: el "Norwegian Star". Nos quedamos estupefactos. Allí íbamos a pasar los próximos diez días.
(Continuará)


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