Allí estábamos los dos --parados y sin maletas (ya nos las había recogido)-- y con la boca abierta. La visión del "Norwegian Star" era espectacular. Había visto fotos y alguna descripción escrita, pero nada que ver con la realidad de tenerlo enfrente a unos pasos. Decidimos entrar y buscar nuestro camarote: muy fácil de encontrar en la planta cuarta.
Nos sorprendió agradablemente. Su utilización del espacio era perfecta. Tenía todo lo necesario: una buena cama, un baño justito pero bien, armarios, cajones, mesas. Lo más destacable era lo bien diseñado que estaba todo. Se podían apreciar muchas horas de trabajo para sacar el máximo rendimiento del espacio.
Reconocido el camarote, decidimos recorrer el barco para hacernos una idea de dónde estaba cada cosa. Entramos en el ascensor y comprobamos que había !!14!! pisos. Decidimos subir hasta el último e ir bajando uno a uno por las escaleras. Íbamos de sorpresa en sorpresa, como unos catetos que llegan por primera vez a una gran ciudad.
Conformes subíamos se nos presentaba una visión de cada piso, ya que los ascensores tenían una parte de cristal, como ocurre en los grandes hoteles americanos. Es difícil describir todo lo que fuimos descubriendo: una zona de piscina, "The Oasis", con cuatro jacuzzis y más de trescientas tumbonas para tomar el sol; un circuito para correr (cada cuatro vueltas una milla) y otro para caminar; un campo para jugar al baloncesto, un gimnasio perfectamente dotado en el que pude hacer ejercicio en varias ocasiones; un spa...
En otro orden de cosas en el barco había 11 restaurantes distintos, alguno con capacidad para varios cientos de comensales, 10 bares diferentes, un teatro para mas de !!1000!! personas donde cada noche pudimos asistir a un espectáculo diferente y, en general, de gran calidad. Resumiendo, el barco transportaba a unos 2.300 pasajeros y más de 1.000 trabajadores.
Era todo tan grande y tan espectacular que después de diez días encontrar cualquier sitio al que queríamos ir no era fácil y seguíamos perdiéndonos cada vez que lo intentábamos, nunca sabíamos si estaba en la proa o en la popa.
Y, a pesar de la grandiosidad y del volumen, todo funcionaba como un reloj. Podíamos ir a comer cuando nos apetecía, nunca tuvimos que hacer grandes colas y siempre encontrábamos sitio en los espectáculos.
Pensamos en muchas ocasiones en la logística que debe existir para dirigir un barco-hotel de estas características. Realmente impresionante. La vida en el barco nos resultó cómoda y agradable incluidos los días de navegación en que todos los pasajeros estábamos a bordo.
Pero el crucero no era solo el barco, sino también las preciosas ciudades que tuvimos ocasión de visitar.
(Continuará)
Nos sorprendió agradablemente. Su utilización del espacio era perfecta. Tenía todo lo necesario: una buena cama, un baño justito pero bien, armarios, cajones, mesas. Lo más destacable era lo bien diseñado que estaba todo. Se podían apreciar muchas horas de trabajo para sacar el máximo rendimiento del espacio.
Reconocido el camarote, decidimos recorrer el barco para hacernos una idea de dónde estaba cada cosa. Entramos en el ascensor y comprobamos que había !!14!! pisos. Decidimos subir hasta el último e ir bajando uno a uno por las escaleras. Íbamos de sorpresa en sorpresa, como unos catetos que llegan por primera vez a una gran ciudad.
Conformes subíamos se nos presentaba una visión de cada piso, ya que los ascensores tenían una parte de cristal, como ocurre en los grandes hoteles americanos. Es difícil describir todo lo que fuimos descubriendo: una zona de piscina, "The Oasis", con cuatro jacuzzis y más de trescientas tumbonas para tomar el sol; un circuito para correr (cada cuatro vueltas una milla) y otro para caminar; un campo para jugar al baloncesto, un gimnasio perfectamente dotado en el que pude hacer ejercicio en varias ocasiones; un spa...
En otro orden de cosas en el barco había 11 restaurantes distintos, alguno con capacidad para varios cientos de comensales, 10 bares diferentes, un teatro para mas de !!1000!! personas donde cada noche pudimos asistir a un espectáculo diferente y, en general, de gran calidad. Resumiendo, el barco transportaba a unos 2.300 pasajeros y más de 1.000 trabajadores.
Era todo tan grande y tan espectacular que después de diez días encontrar cualquier sitio al que queríamos ir no era fácil y seguíamos perdiéndonos cada vez que lo intentábamos, nunca sabíamos si estaba en la proa o en la popa.
Y, a pesar de la grandiosidad y del volumen, todo funcionaba como un reloj. Podíamos ir a comer cuando nos apetecía, nunca tuvimos que hacer grandes colas y siempre encontrábamos sitio en los espectáculos.
Pensamos en muchas ocasiones en la logística que debe existir para dirigir un barco-hotel de estas características. Realmente impresionante. La vida en el barco nos resultó cómoda y agradable incluidos los días de navegación en que todos los pasajeros estábamos a bordo.
Pero el crucero no era solo el barco, sino también las preciosas ciudades que tuvimos ocasión de visitar.
(Continuará)
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