Estar jubilado no es sólo no trabajar, es también tener tiempo para hacer cosas que te apetecen como, por ejemplo, viajar en momentos en que no hay aglomeraciones y los precios de los aviones son bastante más baratos.
Llevar sobre tus espaldas bastantes años de vida conlleva también, si no has sido un misántropo, tener bastantes amigos, y si esa vida te ha llevado por derroteros del extranjero, esos amigos en muchas ocasiones se encuentran en otros países.
La coincidencia de ambas cuestiones, y nuestra predisposición a viajar, nos han llevado unos días a Marsella, donde nunca habíamos estado.
Marsella era para mí, antes de conocerla, imágenes encontradas: una ciudad mediterránea, llena de luz, con su viejo puerto, con su "rue de la Canebière" de la que tanto había leído; pero también era la mafia, una ciudad de emigrantes, sucia...
Como siempre, los prejuicios poco tienen que ver con la realidad, y desaparecen cuando se enfrentan con ella. Marsella no es la ciudad más bonita que conozco pero tiene el suficiente encanto como para visitarla más de una vez. Su luz mediterránea, su viejo puerto, su barrio antiguo, el Panier, algunos llamativos monumentos, sus mercadillos -- como el que nos encontramos en el Prado --, son razones para pasar unos días saboreandolos.
Pero para mí lo mejor de Marsella son sus alrededores: la Provence y sus maravillosos pueblos y paisajes.
Recorrer la Provence en otoño es un autentico placer. Ese paisaje que parece dibujado por Cezanne, los campos de lavanda y los viñedos perfectamente alineados ofrecen colores que van del verde al rojo descarnado.
Y ese paisaje se complemeta con preciosos pueblos o auténticas joyas como Aix-en-Provence. Cómo no estar horas disfrutando del paso del tiempo sentado en una de las terrazas del barrio de Mazarin o de la Cour Mirabeau. Uno entiende fácilmente por qué Cezanne instaló sus cuarteles por esta zona. Vimos tantos lugares donde nos dijimos "esto es como un cuadro", y seguro que alguien lo habrá pintado más de una vez.
Pero no solo Aix-en-Provence. Si uno se dirige hacia el norte, hacia el Departamento de Vaucluse, nos podemos encontrar con joyas como los senderos del ocre en el pueblo de Roussillon. Si decidimos ir hacia la costa nos encontramos con pueblos tan bellos como Le Castellet o la Cadière d´Azur, donde pasar una mañana de domingo recorriendo sus tranquilas y preciosas calles es un placer de dioses y un poderoso revitalizante.
Pero no es solo la vista la que disfruta con estos recorridos, también se lo puede pasar muy bien el estómago. Se dice que en Provence es más cara el agua que el vino. Y mucha razón tiene quien lo afirma porque es facil encontrar buenos y baratos vinos, y acompañarlos con cualquiera de los platos tradicionales de la cocina provenzal. Y si esto lo haces sentado en una terraza en Bandol, viendo el mar Mediterráneo al fondo, o en una placita del Panier frente a cualquiera de los bellos edificios antiguos que aún se conservan, el placer es doble, por no decir de dioses.
Gracias, Marsella. Gracias, Rosa, por haberme regalado este disfrute.
Llevar sobre tus espaldas bastantes años de vida conlleva también, si no has sido un misántropo, tener bastantes amigos, y si esa vida te ha llevado por derroteros del extranjero, esos amigos en muchas ocasiones se encuentran en otros países.
La coincidencia de ambas cuestiones, y nuestra predisposición a viajar, nos han llevado unos días a Marsella, donde nunca habíamos estado.
Marsella era para mí, antes de conocerla, imágenes encontradas: una ciudad mediterránea, llena de luz, con su viejo puerto, con su "rue de la Canebière" de la que tanto había leído; pero también era la mafia, una ciudad de emigrantes, sucia...
Como siempre, los prejuicios poco tienen que ver con la realidad, y desaparecen cuando se enfrentan con ella. Marsella no es la ciudad más bonita que conozco pero tiene el suficiente encanto como para visitarla más de una vez. Su luz mediterránea, su viejo puerto, su barrio antiguo, el Panier, algunos llamativos monumentos, sus mercadillos -- como el que nos encontramos en el Prado --, son razones para pasar unos días saboreandolos.
Pero para mí lo mejor de Marsella son sus alrededores: la Provence y sus maravillosos pueblos y paisajes.
Recorrer la Provence en otoño es un autentico placer. Ese paisaje que parece dibujado por Cezanne, los campos de lavanda y los viñedos perfectamente alineados ofrecen colores que van del verde al rojo descarnado.
Y ese paisaje se complemeta con preciosos pueblos o auténticas joyas como Aix-en-Provence. Cómo no estar horas disfrutando del paso del tiempo sentado en una de las terrazas del barrio de Mazarin o de la Cour Mirabeau. Uno entiende fácilmente por qué Cezanne instaló sus cuarteles por esta zona. Vimos tantos lugares donde nos dijimos "esto es como un cuadro", y seguro que alguien lo habrá pintado más de una vez.
Pero no solo Aix-en-Provence. Si uno se dirige hacia el norte, hacia el Departamento de Vaucluse, nos podemos encontrar con joyas como los senderos del ocre en el pueblo de Roussillon. Si decidimos ir hacia la costa nos encontramos con pueblos tan bellos como Le Castellet o la Cadière d´Azur, donde pasar una mañana de domingo recorriendo sus tranquilas y preciosas calles es un placer de dioses y un poderoso revitalizante.
Pero no es solo la vista la que disfruta con estos recorridos, también se lo puede pasar muy bien el estómago. Se dice que en Provence es más cara el agua que el vino. Y mucha razón tiene quien lo afirma porque es facil encontrar buenos y baratos vinos, y acompañarlos con cualquiera de los platos tradicionales de la cocina provenzal. Y si esto lo haces sentado en una terraza en Bandol, viendo el mar Mediterráneo al fondo, o en una placita del Panier frente a cualquiera de los bellos edificios antiguos que aún se conservan, el placer es doble, por no decir de dioses.
Gracias, Marsella. Gracias, Rosa, por haberme regalado este disfrute.
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