"Hace unos días, como todos los años, se publicó el ranking de Shanghai y todos los periódicos titulaban que España tenía sólo una universidad entre las 200 primeras. No os fiéis de esos rankings. Todas las universidades españolas son muy buenas". Estas son palabras de Jorge Sainz, Director General de Política Universitaria del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Acaba de pronunciarlas en un curso de verano de la Universidad Menéndez Pelayo.
No quiero aparecer como defensor de rankings, ya sea el de Shanghai u otros similares, pues siempre me han parecido interesados y basados en criterios no necesariamente acertados, pero sí que me siento obligado a denunciar la petulancia, la prepotencia y el descaro con que nuestro Director General afirma que "las universidades españolas son de las mejores del mundo". ¡Menos lobos, Caperucita!
Que entre las doscientas "mejores" universidades del mundo, según este ranking, haya solo una española --la Universidad de Barcelona-- y en el puesto 151, debería ser una noticia que preocupase a nuestros dirigentes educativos. Y es que existen muchas razones, independientemente de los criterios de los rankings internacionales, para afirmar que las universidades españolas necesitan mejorar notablemente y que arrastran deficiencias ancestrales que no llegan a corregirse. Si a eso añadimos la política de recortes de este gobierno que está ahogando financieramente a las universidades, recortando el número de profesores, aumentado las cuotas de matricula y reduciendo la ya escasa capacidad investigadora, resulta verdaderamente insultante oír las afirmaciones del Sr. Sainz.
Pero ya conocemos cómo funciona el Partido Popular, y de manera especial el ministro Wert y su equipo: la mentira como norma y la propaganda en lugar de la información. Si se recortan las becas, resulta que se ha aumentado el presupuesto destinado a ellas; si la universidad está en crisis y todos los rectores, profesores y estudiantes soliviantados ante las medidas adoptadas, resulta que tenemos las mejores universidades del mundo.
Por mucho que se repitan las mentiras, no se convierten en verdad, como pretendía Goebbels. Y los ciudadanos ya no nos creemos una palabra de lo que dicen los Wert y sus acólitos.
Muchas gracias.
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