Para salir de la ciénaga maloliente que Rajoy, Bárcenas y demás adláteres nos ofrecen cada día, nada mejor que venirse a los espacios abiertos del Parque Nacional del Lago de Sanabria.
Acabo de subir de la terraza de la casa rural en la que estoy alojado, donde he pasado un par de horas leyendo y tomándome una tónica, mientras escuchaba las disputas de una partida de tute, veía pasear por la carretera a las lugareñas o escuchaba la conversación de dos vecinas que se preocupaban por la salud del marido de una de ellas.
Esta mañana nos dimos un paseo por uno de los senderos establecidos en el parque. Soledad, aire puro, paisaje abierto de montaña, un valle glaciar extraordinario, el sonido de algún pájaro que nunca soy capaz de identificar. Nos cruzamos con algunos senderistas que buscaban lo mismo que nosotros: paz, belleza y tranquilidad de espíritu.
Más tarde nos hemos dado una vuelta por Portugal. Fuimos por una carretera estrecha, llena de curvas y de hermosura, con pueblos tan insólitos como Rionor de Castilla o su contraparte portuguesa, Rio Onor, donde una vecina con pañuelo a la cabeza lavaba su ropa en un lavadero en el río y la tendía sobre la hierba, tal como lo hacían sus antepasados durante generaciones. Un pueblo con casas construidas con piedras apiladas y con tejas de pizarra sobrepuestas.
Por todas partes donde fuimos nos encontramos con paisajes humanos, entornos preciosos con hombres y mujeres trabajando, haciendo lo necesario para vivir. Personas que trabajan, que tienen su familia a la que cuidan lo mejor que pueden, que no pretenden amasar dinero y mucho menos a costa de los demás. Personas que se merecen una vida digna, que tienen derecho a ello y que, sin embargo, son los principales afectados de la desigualdad social que produce la avaricia, la irresponsabilidad y la desvergüenza de unos pocos.
Es verdad que estos días, estos paisajes y esta gente me han hecho olvidar la ciénaga, pero no es menos cierto que también me han reforzado en la convicción de que no podemos permitir tanta podredumbre, y que estos días aquí son un respiro para seguir luchando para reforzar la calidad democrática de nuestra sociedad y de sus instituciones. Esta crisis nos tiene que servir para eso.
Muchas gracias.
Acabo de subir de la terraza de la casa rural en la que estoy alojado, donde he pasado un par de horas leyendo y tomándome una tónica, mientras escuchaba las disputas de una partida de tute, veía pasear por la carretera a las lugareñas o escuchaba la conversación de dos vecinas que se preocupaban por la salud del marido de una de ellas.
Esta mañana nos dimos un paseo por uno de los senderos establecidos en el parque. Soledad, aire puro, paisaje abierto de montaña, un valle glaciar extraordinario, el sonido de algún pájaro que nunca soy capaz de identificar. Nos cruzamos con algunos senderistas que buscaban lo mismo que nosotros: paz, belleza y tranquilidad de espíritu.
Más tarde nos hemos dado una vuelta por Portugal. Fuimos por una carretera estrecha, llena de curvas y de hermosura, con pueblos tan insólitos como Rionor de Castilla o su contraparte portuguesa, Rio Onor, donde una vecina con pañuelo a la cabeza lavaba su ropa en un lavadero en el río y la tendía sobre la hierba, tal como lo hacían sus antepasados durante generaciones. Un pueblo con casas construidas con piedras apiladas y con tejas de pizarra sobrepuestas.
Por todas partes donde fuimos nos encontramos con paisajes humanos, entornos preciosos con hombres y mujeres trabajando, haciendo lo necesario para vivir. Personas que trabajan, que tienen su familia a la que cuidan lo mejor que pueden, que no pretenden amasar dinero y mucho menos a costa de los demás. Personas que se merecen una vida digna, que tienen derecho a ello y que, sin embargo, son los principales afectados de la desigualdad social que produce la avaricia, la irresponsabilidad y la desvergüenza de unos pocos.
Es verdad que estos días, estos paisajes y esta gente me han hecho olvidar la ciénaga, pero no es menos cierto que también me han reforzado en la convicción de que no podemos permitir tanta podredumbre, y que estos días aquí son un respiro para seguir luchando para reforzar la calidad democrática de nuestra sociedad y de sus instituciones. Esta crisis nos tiene que servir para eso.
Muchas gracias.