Agobiado por la bazofia que nos rodea y por el ruido ensordecedor de los Bárcenas, Urdangarín, reyes y altezas, se agradece encontrar el refugio de un libro y, más aún, la celebración del Día del Libro. Al menos durante veinticuatro horas el silencio de los libros consigue penetrar, y a veces hasta acallar, el bullicio de la mediocridad a que estamos continuamente sometidos.
Mario Vargas Llosa iniciaba su discurso de aceptación del premio Nobel recordando que cuando tenia cinco años "el hermano Justiniano le enseñó a leer", y añadía que "ese fue el momento más importante de mi vida". Comparto plenamente esa opinión y aunque no recuerdo con exactitud quién me enseñó a leer, sí que soy incapaz de concebir mi vida sin la lectura, sin los libros.
Como describe magistralmente Luis García Montero en "Una forma de resistencia", “los libros no sirven para matar el tiempo sino para revivirlo, para hacerlo nuestro, para invitar al tiempo a nuestra casa, y servirle una copa, y recordar desde allí que hay islas desiertas o multitudes en Nueva York. Del mismo modo que los burgueses decentes tenían la costumbre de ponerle casa a sus queridas, el lector apasionado le pone casa al tiempo”.
Qué mejor manera de combatir la tristeza, la pena y el desasosiego que nos produce la situación actual, la visión día trás día de la pobreza, de las desgracias propias y ajenas, que refugiarse en la lectura de un libro. Todavía nos quedan los libros, podemos gritar al que nos quiera oir.
Por eso, y aprovechando que hoy es el Día del Libro, es también el día en que debemos agradecer a los escritores, a los poetas, a los creadores su esfuerzo para hacernos más agradable nuestra vida, para proporcionarnos tantos momentos de felicidad. Pocas cosas son más importantes que la cultura para nuestras vidas y qué poca importancia le dan nuestros políticos. ¿Es que acaso la prima de riesgo nos va a hacer más felices?
También es necesario hoy defender los derechos de autor, el derecho a que quienes nos alegran la vida puedan también ellos tener una vida digna con su trabajo. Si no es así la cultura, en su más amplio sentido, irá desapareciendo.
Me vais a perdonar que os deje pues me voy a comprar unos libros.
Muchas gracias.
Mario Vargas Llosa iniciaba su discurso de aceptación del premio Nobel recordando que cuando tenia cinco años "el hermano Justiniano le enseñó a leer", y añadía que "ese fue el momento más importante de mi vida". Comparto plenamente esa opinión y aunque no recuerdo con exactitud quién me enseñó a leer, sí que soy incapaz de concebir mi vida sin la lectura, sin los libros.
Como describe magistralmente Luis García Montero en "Una forma de resistencia", “los libros no sirven para matar el tiempo sino para revivirlo, para hacerlo nuestro, para invitar al tiempo a nuestra casa, y servirle una copa, y recordar desde allí que hay islas desiertas o multitudes en Nueva York. Del mismo modo que los burgueses decentes tenían la costumbre de ponerle casa a sus queridas, el lector apasionado le pone casa al tiempo”.
Qué mejor manera de combatir la tristeza, la pena y el desasosiego que nos produce la situación actual, la visión día trás día de la pobreza, de las desgracias propias y ajenas, que refugiarse en la lectura de un libro. Todavía nos quedan los libros, podemos gritar al que nos quiera oir.
Por eso, y aprovechando que hoy es el Día del Libro, es también el día en que debemos agradecer a los escritores, a los poetas, a los creadores su esfuerzo para hacernos más agradable nuestra vida, para proporcionarnos tantos momentos de felicidad. Pocas cosas son más importantes que la cultura para nuestras vidas y qué poca importancia le dan nuestros políticos. ¿Es que acaso la prima de riesgo nos va a hacer más felices?
También es necesario hoy defender los derechos de autor, el derecho a que quienes nos alegran la vida puedan también ellos tener una vida digna con su trabajo. Si no es así la cultura, en su más amplio sentido, irá desapareciendo.
Me vais a perdonar que os deje pues me voy a comprar unos libros.
Muchas gracias.