jueves, 30 de agosto de 2018

El olvido


Sentado en el porche de mi casa del pueblo, -disfrutando del rumor del agua que corre por la garganta y del verde de las hojas que se resisten a caer, a pesar de la proximidad del otoño-, me ha llegado un correo al móvil en el que me recordaban si quería mantener la suscripción a los comentarios de mi blog.

Tengo que reconocer que te tenía completamente olvidado. Sí, se me había olvidado hasta tu existencia. No ha sido cuestión de tiempo ni de ganas de escribir, simplemente habías dejado de existir en mi memoria. 

En eso consiste el olvido. De pronto, algo o alguien que ha estado muy presente en tu vida cotidiana, sin saber muy bien cómo ni por qué, desaparece sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido.

¿Realmente es así?, me pregunto. ¿Hay cosas, personas, que se olvidan sin darse uno cuenta o siempre existe una razón que lo justifica? Ese dilema me ha traído el nuevo contacto con mi blog. Y junto con el dilema, la reflexión.

Creo que el olvido es un acto consciente, fruto de la voluntad o la decisión de querer o no recordar. A veces los recuerdos son dolorosos, como los que tienen que ver con la pérdida de seres queridos y uno prefiere irlos olvidando, y otros, como los sufrimientos bajo una dictadura, conviene recordarlos. Y más en momentos como los actuales en que hay intereses en que no se recuerde, como el esfuerzo que se viene haciendo por parte de algunos políticos para que olvidemos los horrores de la dictadura franquista.

Pero los recuerdos son personales, y el olvido también, de forma que, por mucho que se intente, los que sufrimos esa dictadura no la olvidamos.

No olvidar es el mejor antídoto para evitar que la historia se repita. Y no vamos a olvidar por muchos cantos de sirena que nos ofrezcan,

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